Prólogo
He aquí reunido el fruto de tantas angustias. Como los hijos, es el resultado de algunos instantes de placer, por demás mezquinos, y de muchas y prolongadas horas de sacrificio, de dolor y de llanto. No sé qué me impele a entregarlo, aun descreyendo totalmente de su utilidad. Tal vez sea esa necesidad imperiosa y egoísta de alivianar mi alma y mi corazón, compartiendo quebrantos y esperanzas; y desoyendo, además, eminentes opiniones como las de, entre otros escogidos, Papini y Borges, maestros admirados, las cuales por supuesto comparto aunque desobedezco, aquí, con insensatez. Creo que mi canto es tan sólo la repetición del de todos los hombres, desde el principio. Si no ha encontrado en mí mejor eco, ello es debido exclusivamente a mi incapacidad, pero la fuerza de su forma genuina podrá ser recreada con ventajas, al resonar en ti, lector, por tus propias cualidades. Doy gracias a quienes me acompañen; pido disculpas y callo… ¿Hasta cuándo?
El autor
Buenos Aires, agosto de 1990