En Santa Teresita
Señoras y señores:
les vengo a pedir perdón,
al distraer vuestra atención,
quisiera saber qué honores
merece esta pensión.
Mas antes debo informar
quiénes son los comensales.
Seré breve sin cansarles
la atención a dispensar.
Adivinar yo quisiera
el nombre de un buen señor
que quiere ser pescador
si la caña le sirviera.
Anzuelo él le pone,
carnadita de calidad.
Será la fatalidad…
ningún pescado la come.
Y no hablemos de un Doctor,
¡él sí que es pescador!
Ningún pescado le asusta,
¡ay mi Dios, cómo le gusta!
Y qué me dicen de Juan.
Si la pelota le dan
la juega que es un primor.
¡Ay! con cuánto amor
el baño se sabe dar.
Él solo quiere nadar
y en el agua caminar:
a veces a Buenos Aires,
otras a Pinamar,
y si al mirar no le veo,
¡se nos fue a Montevideo!
Vino de madrugada
acompañando a Juvencia,
bien pegadito a su amada
sin tiritar de prudencia.
“A mí no me gusta el mar”
me dijo de seguidita.
Yo sabía que iba a chocar
con esta linda damita.
Por eso le pregunté:
— Ud. dirá mi jovencita
lo que nunca yo dudé:
¿le gusta Santa Teresita?
Y ahora que ya se va,
esta fiesta le he de dar.
Pero otra vez le he de preguntar
si le agrada donde está.
Y si de la mar no se ha de quejar
y a gusto aquí se encuentra,
muy pronto la he de esperar.
¡Por esa puerta se entra!
LUIS GUILLERMO CAPUTO
Santa Teresita, la noche del 12 de febrero de 1959.
Nota del Revisor: Este poema satírico de ocasión surgió al final de una visita de verano, la que sus protagonistas recordaron muchas veces a carcajadas, que compartieron en la localidad costera argentina de Santa Teresita: Juan Carlos Caputo y Juvencia (mis padres), sus primos hermanos Luis Guillermo Caputo, Elvira (mis tíos) y sus hijos Luis Guillermo y Cristina (mis primos), sus primos hermanos Genaro y Dolly (también tíos míos), y el matrimonio Larrotonda. A ellos hace referencia el poema. El autor, Luis Guillermo Caputo, era dueño de un chalet en esa localidad, que conservó toda su vida y que fue heredado por sus hijos. Había invitado a todos a pasar unos días en la temporada. El señor pescador desastroso era el señor Larrotonda. El doctor pescador y glotón era mi tío Genaro, hermano del autor del poema. Y termina con mis padres (Juan y Juvencia), que todavía no tenían un año de casados. Era la primera vez de Juvencia en Santa Teresita; de ahí la bienvenida. Conservo fotos de ese veraneo. Quedaron también anécdotas imborrables como la de “las botas de Ballinotti” y la de “qué brillo tiene ese saco”, que cada vez que eran rememoradas lloraban de risa.
Agrega mi primo Luis Guillermo, que recuerda esa cena de despedida, donde estaban todos disfrazados, y su padre Luis recitó estos versos en la mesa. Todos murieron de risa. Y se acuerda puntualmente porque tanto él como su hermana querían participar y no los dejaron, porque eran pequeños, se había hecho tarde y los habían mandado a dormir. Aunque por supuesto, como todos los niños, no estaban para nada dormidos y espiaban a los mayores desde su habitación.