La pena

A Amalia María Tournier, amiga, cariñosamente, acompañándola en su duelo.

Un turbio vendaval cruzó la casa
y se expandió por todos los rincones,
y su paso dejó en los corazones
una herida mortal que los traspasa.

En el cielo la noche se retrasa.
No bullen en la fronda los gorriones,
y un coro vago de lamentaciones
llena las horas que la pena arrasa.

Amanece una luz que no quisiera
ver coronada sobre el alma en ruinas
como un escarnio de la propia suerte.

Sueña: como si estando no estuviera,
y caminar por sendas peregrinas
hasta la calma de la propia muerte.

Buenos Aires, otoño, abril de 2001.

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