Navidad VIII
(Romance del Belén norteño)
La noche que busca alero
dicen, por los aires vaga,
para cobijar a un niño.
¡Noche bienaventurada!
Unos, que anda por los montes,
otros, que por la quebrada,
quienes por los vastos llanos
o la espesura intrincada.
¡Toditos quieren saber
corazón por dónde se anda!
La luna baja los cerros
de su vigilia agotada
con gestos de dama antigua
la noble faz empolvada.
Y por la otra vertiente
se despeña la mañana
pintando todas las cosas
con el rosicler del alba.
¿Traerá el ocaso, hechicera,
la noche tan esperada?
En el alto mediodía,
cuando la luz se derrama
reverberando en los ojos
con destellos de colada,
estremecida la tierra
por los soles abrasada,
¡ninguna sed es tan intensa
como la que quema el alma!
Que no mitiga la sombra
ni el frescor del agua clara.
Cuando la hora de la siesta
ondas de sopor propaga
y a la modorra sucumben
hasta el río y la montaña,
sólo centinela queda
de los hombres la esperanza
que se mece en el columpio
del canto de la cigarra.
¡Oh, tiempo que tanto vuelas
ahorita por qué te estancas!
Al toque de la oración
el tañer de las campanas
se esparce sobre los valles
como ligera bandada;
y remontando las cumbres
por la extensión se dilata
mientras la sombra que crece
la débil luz acorrala.
¡Y en las praderas del cielo
las estrellas son majada!
A medianoche la luna
envuelta en manto de plata
se sorprende de una estrella
mensajera que la opaca
suspendida sobre un rancho,
techumbre de barro y paja,
que brilla más que un palacio
hecho de pórfido y ámbar.
¡Ya las trompetas del cielo
la Nochebuena proclaman!
Allí el Hijo prometido
en muelle colchón de chala
oye una voz que le arrulla
al dulce son de una nana.
Es su madre, casi niña,
que embelesada le canta
como si surgiese un coro
de ángeles de su garganta.
¡Bien haya por El Rey Niño,
bendita su Madre Santa!
Celebrando este regreso
ya todo el norte se inflama
y por detrás de los montes
los cielos prenden guirnaldas.
Para cruzar pedregales
a nuestros pies crecen alas
y con sus brazos al cielo
los cardones dan las gracias.
En Tu presencia se lustran
por amor, todas las faltas.
Y hasta nuestras pobres cosas:
¡lucen como regias galas!
1991