A ti que el amor buscas con vehemencia
A ti que aún sospechas de si existe…
Cómo es posible que no hayas encontrado
de lo más grande, la más pequeña huella.
Cómo es posible que no hayas divisado
del cielo humano, la más límpida estrella.
Cómo es posible decir indiferente,
no he podido alcanzarle todavía.
Cómo es posible, desdichadamente,
si en sus brazos, de niña, te dormías.
Cómo es posible vivir sin su presencia,
que es confianza, es fe, y es alegría.
Cómo es posible tolerar su ausencia
que hiere al corazón, y al alma hastía.
Pero no, no le niegues que a tu lado
permanece constante y él te guía.
En tus ojos lo observo reflejado,
y en tu acento lo escucho cada día.
No pretendas tampoco que materia
se presente a tu vista lo divino.
No pretendas desde el lodo y la miseria
corregir los designios del destino.
Ten por seguro, que de este inmundo cieno,
cuando él no exista cambiará la suerte.
Y entonces sobre el pecho de los buenos,
caerá la losa fría de la muerte.
Firmado como Jorge Man
28 de julio de 1951
Nota del Revisor: el primer poema conservado de mi padre. La cuarta estrofa es bellísima, musical, perfecta en rima y métrica en endecasílabos, y brilla propiamente dentro de la imperfecta métrica general del poema.
Cuenta Juvencia, mi madre, en su diario de noviazgo, que en la oficina (Caja de Jubilaciones de Comercio), a raíz de una conversación de que no existía el amor, le trajo como resultado esta poesía. Continúa diciendo que casi siempre se veían en el subte, donde llegaron a conocerse en profundidad.