Ayer

Tú siempre estás en mí, como lo estabas
en esa hora de fulgor dichosa,
cuando el capullo tímido de rosa
al rayo tibio de calor buscaba.

Cuánta ilusión entonces esperaba
al paso de tu imagen vaporosa,
para tratar de hurtar la primorosa
luz interior que en tu mirar brillaba.

¡Qué osado Prometeo me sentía!
— para robar el fuego que alentaba
en esa diosa de marfil, hoy mía —

que el peso de la pena me acuciaba;
puesto que para entonces ya sabía
que al monte de tu amor me encadenaba.

Firmado como Jorge Man

27 de febrero de 1955

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