Platero y ella…

Pausada, la mañana del estío
entraba en vaharadas de tibieza,
y en la penumbra suave de la pieza
soñaba un universo a su albedrío.

Por la ventana abierta, el monte umbrío
acercaba a la escena su belleza,
con el candor que la naturaleza
usa, para mostrarnos su atavío.

Abríase en sus manos el “Platero”
que Juan Ramón creó para la gloria
cuando mudó su faz por el espanto…

Sufrió la herida atroz del lastimero
fenecer del jumento de la historia,
y su ternura se deshizo en llanto.

Un recuerdo de Pinares (Punta del Este, Uruguay). Julio de 1983.

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