Epílogo – Análisis de la obra

Por Fabio Gustavo Caputo

Períodos

Se suele clasificar la evolución de un gran artista en tres fases estrictas: aprendizaje, maestría y trascendencia. Dejo al lector o a la crítica juzgar si mi padre alcanzó este último estadio reservado a los titanes del arte, aunque a mi parecer algunos sonetos si no alcanzaron la trascendencia, llegan a rozarla. La evolución como poeta de Juan Carlos Caputo se divide en dos fases bien diferenciadas, a partir de dos acontecimientos radicales de su vida que marcaron su sensibilidad poética. El primer período parte del momento en que conoció a Juvencia, su musa durante toda su juventud, luego su esposa; un amor profundo y verdadero que lo acompañó el resto de su vida, aunque la cárcel del dolor donde se encerró posteriormente no le permitiera demostrarlo debidamente. Este período corre desde 1951 hasta 1960, cuando la inspiración poética se acalla, ocupando probablemente sus energías en el desarrollo de su profesión contable y en las presiones de la vida familiar y social. El segundo período, donde la vena del poeta se desató torrencialmente, empieza con la muerte de su hija Hebe en 1981 y dura hasta 2003, fecha de la última composición poética registrada. En el medio de los dos períodos se encuentran unos pocos poemas, referidos a situaciones particulares, que no alcanzan para prefigurar un período literario o sirvan para explicar una evolución de su arte. El dolor atroz causado por la muerte de Hebe libera al poeta reprimido. A partir de aquí surge el grueso de su obra poética y la voluntad de tomar la composición como un esfuerzo serio, para lo que se preparó conscientemente mediante el estudio profundo de la técnica literaria. Fue su manera. Usó la poesía como catarsis para intentar expresar lo inexpresable — cómo describir el dolor, la desesperación, el horror; palabras estas que no alcanzan en ningún idioma a definir la profundidad con que estos sentimientos desgarran el alma — y se encerró en el arte para tratar de atrapar el alma de su niña muerta con el único poder que podía dominar a su antojo: las palabras, los versos y las estrofas. Cuando ya no era un poema ocasional sino que surgían a borbotones de su pluma, su círculo de amistades comenzó a fijarse y a conmoverse por su contenido, lo que retroalimentó su deseo de mejorar. Fue ahí cuando se vinculó con el Ateneo Popular de La Boca, institución egregia en la difusión de las artes, y en especial la poesía. Grandes autores frecuentaron los salones de este bastión de la cultura nacional. El entusiasmo de mi padre con los talleres de poesía lo impulsaron a pulir su arte, y de las amistades que forjó en ese círculo de talentos surge El Club de los Siete, conformado por los poetas que se reunían semanalmente en ese ámbito: Luis Uriburu, Antonio Soletic, Horacio Turner, Ricardo Miró Valdés, Ambrosio Rossi y Ricardo Chiesa junto a mi padre. Las reuniones se convirtieron en una usina de ideas y retroalimentación para el mejoramiento mutuo del arte poético. Varias de las poesías de mi padre surgieron a partir de propuestas de los talleres del Club de los Siete, y fui testigo de las tareas que traía a casa luego de aquellas reuniones, que duraron al menos un par de años.

Influencias estéticas

Sus grandes referentes en la poesía fueron los clásicos, fundamental­mente Lope de Vega y Francisco de Quevedo, cuyos libros se encontraban perma­nentemente en su mesa de luz. Esto es notable en el uso de ciertos arcaísmos. Pero luego se fueron sumando otras influencias: su gran admirado Jorge Luis Borges, de quien leyó y releyó su obra completa, y el gran poeta cordobés Jorge Vocos Lescano, con quien llegó a tener ocasional corresponden­cia. Otros de sus grandes favoritos en literatura, y que lo marcaron sensible­mente en su escritura, fueron Ernesto Sábato (a quien tuvo como profesor de Física en el colegio secundario), Albert Camus y en el último tercio de su vida Giovanni Papini. También los libros de estos grandes autores se encontraban a la cabecera de su cama, y eran revisitados con muchísima frecuencia.

Temas

Se ha definido la ópera como canto de amor y muerte. Tal vez por eso es la forma más acabada del arte humano, porque es el canto de la humanidad en su conjunto. Mi padre era un gran amante de la ópera, especialmente la de Giacomo Puccini, y quizás por eso, no fue la excepción en la temática.

En cada uno de los dos períodos mencionados en que puede agruparse su poesía, también se pueden definir los temas que ocuparon la imaginación del poeta. En la primera época prima el amor lírico, el del enamoramiento primero, la pasión inflamada, la esperanza de felicidad, sentimientos muy propios de un estudiante en sus veinte años y encuadrados en la época de los noviazgos largos y castos, típicos de los años ’50. Estos poemas se originan en su propia pasión o a pedido de su amada Juvencia.

En cambio, en la segunda época, el amor deja de ser lírico para volverse doloroso, la madurez trae consigo la meditación y el desencanto, la reflexión es entonces fundamentalmente sobre la muerte, con acento en el dolor inefable de la pérdida, y la esperanza de encontrar un sentido en el más allá, el anhelo de que todo el sufrimiento no es consecuencia del caos o la simple diversión de un dios cruel, sino una trascendencia que traiga al final paz y sabiduría para el alma. La poesía de Juan Carlos Caputo revela que era un profundo creyente en la existencia de un Ser Superior, en la herencia de la cosmogonía cristiana, sin ser un católico practicante y por lo demás tolerante y respetuoso de cualquier otra religión, dado que él opinaba, como muchos filósofos, que existe un solo Dios, más allá del nombre que se le quiera dar (Dios tiene muchos nombres), y que todas las religiones representan una aproximación a esa Verdad Suprema inmanente en todo ser humano. Era un ávido lector de la Biblia, pero como libro histórico y de sabiduría universal, de ninguna manera como dogma. En ese sentido, aceptaba la recomendación de Borges y también leía con interés los Apócrifos y el Corán, todos compendios de la sabiduría humana. Los sonetos del segundo período muestran que para él la muerte es dolor, sobre todo por haberlo privado de su amada niña y en menor medida de queridos amigos, pero al mismo tiempo un portal al reencuentro de las almas amadas, tal como promete el Paraíso judeocristiano, y por esa razón tantas veces desea morir, para terminar de una vez con el sufrimiento terrenal y llegar al esperado reencuentro, como puede apreciarse en los hermosos y tristes sonetos El viaje y La dulce muerte.

Tantos poemas sobre el mismo tema, la pérdida de Hebe, expresan por un lado la rebelión ante un destino que se juzga injusto: si hay algo que hasta los teólogos no pueden racionalizar ni explicar convincentemente es el sufrimiento inicuo de un inocente, una niña en este caso. ¿Por qué? es la pregunta que no tiene respuesta plausible, y que en realidad no tiene ningún sentido hacerse, pero es la pregunta evidente con la que el poeta atosigó su mente una y otra vez. Los sonetos Blasfemia, Extravío e Inquisición son ejemplos claros de esta porfía. Por otro lado, expresan la búsqueda del autor por encontrar la expresión perfecta de su angustia en las palabras, sin encontrarla jamás. Nuevas palabras, nuevos versos, ninguna cantidad es suficiente, cada uno describiendo otra faceta de un padecimiento infinito, inabarcable, pero también una pequeña luz de esperanza, de que el sufrimiento algún día terminará, y no sobrevendrá la nada, sino nueva vida junto a los seres queridos durante la etapa terrenal. Dormir es el único escape que el autor conoce para mitigar su aflicción. El llanto no tenía fin.

Los poemas a la Navidad en cambio son un canto de alabanza a Dios en la figura de Jesucristo, llamando a que la ocasión sea celebrada en paz, amor y esperanza, donde solo caben los buenos deseos. Aquí su poesía se vuelve luminosa y muchas veces emocionante. Es difícil no conmoverse, independien­te­mente de la creencia religiosa de cada cual.

Otros poemas, en menor cantidad, como A Güemes, El sicario, TV, El organillo, muestran que la sensibilidad de su alma atormentada todavía podía conmoverse ocasionalmente ante otras realidades y bellezas.

Acerca de su escritura

Cabe señalar que su pluma no descollaba únicamente en la poesía, sino que además era un excelente escritor, con un dominio admirable del lenguaje. Son prueba los numerosos informes y discursos, y hasta presentacio­nes técnicas por cuestiones impositivas, impecables en su construcción formal y la lógica del razonamiento, donde muchas veces se colaba también sin intención la belleza de la construcción poética. Sus presentaciones técnicas sorprendían en muchas ocasiones a los inspectores de la Dirección General Impositiva (hoy Administración Federal de Ingresos Públicos), quienes manifestaron en más de una oportunidad con indisimulado asombro que era inusual recibir escritos de tal calidad, generalmente irrefutables desde el punto de vista de la ley, cuyo conocimiento poseía en grado sumo. A pesar de la fuerza de su prosa, nunca se consideró capaz de escribir una novela. Decía que, al igual que Borges, no tenía la capacidad ni la imaginación para moverse en las formas largas de la literatura. Disfrutaba mucho la lectura de las novelas, pero no sabía escribirlas. Por eso encontró en la estructura compacta del soneto la mejor forma para dar rienda suelta a su expresión, la creación de micromundos en solo 14 versos con limita­ciones muy estrictas de rima y métrica, lo que justa y obviamente hace del soneto una de las formas más excelsas y complejas de la lengua castellana. Este sitio web nos demuestra que llegó a la maestría en el soneto endecasílabo, aguas en las que nadaba con absoluta comodidad. Y al mismo tiempo desarrolló un estilo propio, diferente al de otros poetas. No se limitó a ser una copia de los clásicos, sino que pudo encontrar una forma propia de expresión, en palabras, en expresiones, en conceptos muy suyos, que hace que sus sonetos no puedan ser fácilmente atribuibles a otro autor.

Publicación

El aplauso y las recomendaciones de colegas poetas y escritores lo impulsaron en algún momento a perseguir la publicación de sus trabajos y a buscar premios importantes que lo colocaran en el podio de los poetas afamados, pero no tuvo la suerte de ser ampliamente reconocido en estos grandes ámbitos, y quizás no aplicó también el suficiente empeño. Consideró que perseguir una carrera como escritor profesional era una quimera. La poesía no era su medio económico de vida, sino la fuerza que lo mantenía vivo luego de la muerte de su hija, y las condiciones e intereses que muchas veces los editores pretendían imponer para la publicación de sus escritos le resultaron inaceptables. Es así que llegamos la situación que nos ocupa.

No obstante, 6 de sus sonetos fueron publicados durante su vida. Fue en las ediciones del Ateneo Popular de la Boca, fiel difusor de las artes. Tres de ellos (Fragmentos, Memoria y Llanto por Borges) fueron incluidos en la pequeña antología Poetas del Ateneo, publicada en 1987 en conmemoración de los 60 años de la fundación del Ateneo, que reunió 50 poemas de 18 destacados autores. Los tres restantes fueron seleccionados por el académico Antonio Requeni para su ensayo y antología El soneto en Argentina, publicado en 1988; fueron Dar de sí, La camelia (publicado con su título original A una flor) y Mi ventana.

Como dije, mi padre no buscó publicar un libro, porque con buen tino y como él se inquiría: “¿acaso haré imprimir 1000 libros, el mínimo que pide un editor, con el gasto que implica, para luego regalarlos a los amigos o conocidos, con qué sentido?”. Yo tampoco creo que ese sea el camino. Porque hoy existe la Internet. Y me parece que este es el medio ideal para su difusión: porque por su intermedio se puede llegar al más amplio universo de lectores, y porque además me parece absurdo buscar lucro personal en esta obra, cuando justamente al propio autor no le interesó. Soy perfectamente consciente como informático de que la Internet es un mar de cosas, donde cada día se hace más difícil separar lo trascendente de lo intrascendente, pero justamente, esta obra es como un mensaje en una botella, y la arrojaré para que navegue en las aguas virtuales del mundo, con la esperanza ya manifiesta de que sea recogida por almas sensibles que lleguen a conmoverse con sus palabras y les brinde algún sentido, una sonrisa, una lágrima, una nostalgia, un asentimiento. Solo con eso el propósito estará cumplido. Todo eso ya está logrado en el pequeño círculo de amigos que leyó sus sonetos. Probemos así a ensanchar un poco más el círculo entre los amantes de la poesía.


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